sábado, 25 de septiembre de 2010

He pensado mucho en tu cara

He pensado mucho en tu cara. La última vez que la vi era preciosa, como siempre. Las cejas negras y espesas, alejándose la una de la otra y dejándose caer, como cansadas. La mirada, curiosa y juguetona, a ratos agotada, y siempre transparente. La nariz puntiaguda como un paraguas, esperando el roce de mis besos. Y la boca, tu boca.

Una vez te envié el famoso poema de Cortázar. No fue casualidad. Tu boca me consume. La tuya, su recuerdo, la imagen que tengo de ella, y los sueños que conforma. Tu boca es mi obsesión, y morir en ella mi delirio. No me importa ahogarme dentro de tus labios, dejar de respirar para siempre. No me importa que mi alma se apague y duerma sobre tu lengua.

He pensado mucho en tu cara y en tu boca. Cómo me encoge el alma verte sonreír. Cuando sonríes todos tus dientes se asoman curiosos al mundo. Forman una fila divertida y blanca, y entonces no puedo dejar de mirar, ni casi pestañear. Las comisuras suben y se retuercen, y cada una de ellas forma una esquinita que desata mi locura. Tengo que besarlas en seguida o el alma me arde. En este momento, y en todos, puedo reconstruir mentalmente la curvatura de tu sonrisa, la posición de cada diente, el tono rosado de tus labios.

He pensado mucho en tu cara, en tu boca y en la mía. Mi boca está triste lejos de la tuya. La sonrisa le pesa, como si unos cables imaginarios tirasen de sus comisuras hacia abajo e hicieran insoportable la tarea de sonreír. A veces tampoco se esfuerza por pronunciar palabras, ¿para qué?, si tú no estás para escucharlas.

He pensado mucho en tu cara, en tu boca, en la mía y en mil sueños.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Una ausencia

Una ausencia puede doler a nivel físico. Se agarra en el pecho, por dentro, muy adentro, tanto que dudas si eso sigue siendo tu cuerpo, o forma parte del alma, del espíritu, de nuestra eternidad. Es como un pellizco; no te mata, pero te arruina el día a día, con ese tesón imperecedero de los sentimientos más longevos.

Y sin embargo, también acompaña. A mí me recuerda que existes, que te tengo aunque no te tenga, y que, pronto, muy pronto, me bañaré en tu mirada incierta y renovada.

Cada vez que nos reencontramos, hay que empezar un poco desde cero. Mirarnos al principio con esa expresión inquieta, la de quien busca a un ser querido en una calle atestada de gente, rastreando caras, auras, atmósfera. Esperar pacientemente a que todo cuadre, a que nuestras almas conecten de nuevo, como siempre, después de ese maravilloso ¡clac!

Y es que en ese momento, y en todos los siguientes que compartimos, ya no importa nada más. No existe nada más, ni el mundo gira, ni las desgracias ocurren, ni los trenes se marchan arrancándote de entre mis brazos. A partir de ese preciso y preciado momento, comenzamos a entender.

Comprender la existencia a través de la del otro.

Comprender que una espera dolorosa puede ser infinitamente recompensada.

Comprender que lo trágico es necesario, que las lágrimas también alimentan y que ese dolor te hace fuerte, consciente, más humano.