lunes, 24 de enero de 2011

If it be your will

Anoche mirábamos una peli de vez en cuando. Pegados al sofá como moluscos, y más pegados si cabe el uno al otro. El abrazo de oso que me diste me recolocó las vértebras, una a una. Yo lancé un gritito ahogado, como el de un hámster atascado en su rueda. Y me miraste con esos ojos que solo tú sabes poner. Los que me roban la voluntad. Los que me suplican amor.

Quise decirte en esos momentos que, probablemente, no habría nadie más feliz en el mundo. Pero me dio vergüenza y no dije nada. Y aún así, esa noche nos pasamos una vida mirándonos fijamente a los ojos, contemplando los cambios de color, los matices, los destellos que arranca la felicidad más pura, esa pequeña que habita en los segundos más cálidos e íntimos, segundos impenetrables, inalterables, solo tuyos y míos, compartidos y disfrutados hasta el deleite.

Lo pintoresco de mi mano perdida en la inmensidad de tu palma, serpenteando entre tus dedos infinitos. Y de repente, un beso. Un beso húmedo y blandito, tan perfecto que parecía que nuestras bocas se diseñaron para besarse mutuamente. Al abrir los ojos vi los tuyos, cerca muy cerca. No supe adivinar su color, pero eran mucho más verdes que de costumbre.

Recorrí una y mil veces cada ángulo de tu cara y me detuve en cada milímetro, para adorarlo y estudiarlo. A veces, a tu lado, se desmorona todo lo que rige el universo. La física, la biología, la lógica… todo se dobla y se rompe, dejando una estela de inexplicables contradicciones donde habita la sonrisa que compartimos. El tiempo se estira como el chicle eterno de un niño vago, y en él, saltamos y reímos hasta caer exhaustos.

Ríe, ríe conmigo.

BSO